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La SSRF publica estos estudios de caso con la intención de guiar a nuestros lectores en lo referente a problemas que se manifiestan a nivel físico o psicológico, pero que pueden tener su causa raíz en la dimensión espiritual. Hemos observado que cuando la causa raíz de un problema es de naturaleza espiritual, los remedios de sanación espiritual generalmente son los que dan mejores resultados. La SSRF aconseja que se continúe el tratamiento médico convencional junto con los remedios de sanación espiritual para el tratamiento de enfermedades físicas y psiquiátricas. Se recomienda a los lectores que lleven a cabo cualquier remedio de sanación espiritual a su propia discreción.

1. Introducción a un estudio de caso sobre la superación de la ansiedad

Este estudio de caso examina cómo Alison (se ha cambiado el nombre para proteger su privacidad) sufría seriamente de ansiedad, pensamientos negativos y depresión desde siempre. Con la práctica espiritual, pudo superar y salid de esta condición. Alison comparte con nosotros su transformación desde tener ansiedad y ataques mentales, hasta llegar a tener paz mental.

2. Una infancia problemática

Hace 6 años que hago práctica espiritual bajo la guía de la SSRF. Nací en una familia católica, y era una cristiana practicante hasta bien entrados mis años de adultez. Ahora tengo 39 años y por mucho tiempo en mi vida sufrí de una ansiedad que fluctuaba de moderada a alta y subsecuentemente de una leve depresión. Recuerdo claramente que cuando era una niña de alrededor de cinco o seis años de edad, solía tener una constante preocupación y ansiedad sobre cualquier cambio que pudiera afectar a mi familia o a mí. Recuerdo estar parada en la ventana cuando mi madre no llegaba a tiempo a la casa, con mi mente llena de pensamientos negativos, que me hacían temer lo peor, preguntándome si le había podido pasar algo mientras estaba lejos de mí. Esto sólo aumentaba mi ansiedad. En ocasiones, me imaginaba que gente mala entraba en el edificio donde ella estaba y la lastimaba o incluso la mataba. También solía imaginar que mi madre tenía un accidente de coche en el que resultaba seriamente herida o perdía la vida.

Cuando mis padres nos dejaban a mis hermanos y a mí con una niñera, yo corría detrás de ellos por el jardín pidiéndoles que no me dejaran. Esto pasaba incluso cuando ellos solamente salían a unas cuadras más de mi casa. A veces oía a mis padres hablar de sus limitaciones financieras y sus dificultades y sus conversaciones me generaban muchas náuseas y malestar interior, y yo me preguntaba cómo cambiaría nuestra vida sin dinero.

Cualquier desastre que veía en la televisión, ya sea un desastre natural o un documental sobre una guerra nuclear, podía llevarme a una espiral de depresión. Me quedaba obsesionada por semanas y me imaginaba en medio de ese desastre y que la vida que yo conocía cambiaba para lo peor y para siempre. Si había un alerta o advertencia de tornado en la radio, yo me escondía en el sótano agitada, me imaginaba estar separada de mi familia y posiblemente muriendo sola en la casa, sin ellos. En la escuela, si alguien me decía algo negativo, yo seguía pensando sobre eso por semanas, incluso si el asunto se hubiera resuelto rápidamente.

3. Años de adolescencia llenos de ansiedad

A la edad de 13 años cuando estaba en séptimo grado, mis padres me transfirieron a una escuela privada de cursos preparatorios universitarios. Muchas cosas comenzaron a pasar en ese tiempo. Pasé por los cambios de la pubertad y también participé bastante en los deportes. El plan de estudios era de un nivel más alto y por lo tanto mis responsabilidades con respecto a mis estudios aumentaron. El viaje largo hacia la escuela además de la práctica de los deportes, hacía muy largo mi día y esto continuó así a través de mis años de escuela secundaria. Tuve relaciones íntimas, empecé a explorar objetivos mundanales, y puse todo mi interés en la universidad. Durante este tiempo, la frecuencia y la duración de mis ataques de ansiedad aumentaron y empeoraban antes de las pruebas escolares, en reuniones sociales, y antes de jugar un partido. Sin embargo, en ese momento yo creía que esto era algo normal dado todo lo que estaba haciendo, y por lo tanto nunca sentí la necesidad de abordar mis ataques de ansiedad.

4. Años de juventud adulta – Pérdida de control

Cuando tenía 18 años, me alejé de mi familia para asistir a la universidad. Sin embargo, mis ataques de ansiedad continuaron. Como resultado de estos ataques de ansiedad, yo tenía náuseas, pérdida de apetito, inquietud intensa y estaba en un estado constante de preocupación mental. Después de tratar de analizar la causa de los ataques de ansiedad, yo los atribuí a la baja autoestima y la sensación de “no ser suficientemente buena” especialmente cuando estaba en compañía de otras personas. También pudo haber provenido de la indecisión acerca de mi carrera. Incluso si pensaba en una carrera afín a lo que me gustaba, me devoraban pensamientos negativos de que no iba a ser capaz de lograrlo. Por ese tiempo, me relacioné seriamente con Sam. Sin embargo, después de un año y medio de conocerlo, mis ataques de ansiedad aumentaron y no podía entender por qué eso estaba ocurriendo. ¿Era la relación equivocada? ¿Era la carga exigente de mis clases? ¿Extrañaba mi casa?

Busqué la ayuda de los asesores académicos y psicólogos porque sentía que estaba perdiendo el control de mi vida. Me sentía un poco mejor después de hablar con el consejero, pero la calma sólo duraba un par de días. Para empeorar las cosas, Sam rompió conmigo, diciendo que pensaba que necesitábamos estar un tiempo separados. La ruptura dejó mi mundo girando aún más rápido, fuera de control. Mi autoestima se desplomó. No podía comer por las náuseas severas, perdí diez libras y luchaba cada día para levantarme e ir a la escuela. Tenía serios pensamientos negativos sobre mí misma y la vida en general, y a menudo me preguntaba por qué vivía todavía.

Iba a menudo a la iglesia, a veces sólo para sentarme a orar y esperar respuestas, recibir un poco de alivio o liberarme de estos sentimientos. Le rogaba a Dios que los ataques de ansiedad y depresión desaparecieran y que me hiciera sentir normal de nuevo. Nada parecía ayudar, y después de que yo misma me había convencido de que yo y mi mundo tenían que ser perfectos, contenía mis sentimientos y acarreaba la ansiedad.

Después de graduarme, cuando no pude entrar a un programa de posgrado, pensé que había encontrado la solución a esta temida ansiedad. Sentí que era una señal de que debía dejar el camino competitivo de los estudios superiores para obtener una carrera y un trabajo. Entonces, decidí irme a la montaña donde tendría muy poco de todo: responsabilidades, bienes materiales, o la presión social para ser algo en este mundo. Donde podría ser libre y simplemente estar rodeada de naturaleza. A la edad madura de 24 años, empaqué mis cosas y me trasladé a las montañas. Obtuve un trabajo libre de estrés y todo mi tiempo libre lo utilizaba en el esquí y el senderismo, rodeada y disfrutando de la naturaleza. No necesitaba mucho dinero, había llevado muy pocas cosas y tenía mucho tiempo para mí y me encantó la vida por unos 8 meses.

Entonces surgieron nuevas oportunidades. Un ascenso en mi trabajo me trajo nuevas responsabilidades. También había desarrollado una seria relación con Jason. Como resultado, las exigencias mundanales surgieron en mi vida. Empecé a tener ansiedad de nuevo, sobre mi nuevo trabajo, mi nueva relación y me preguntaba si eran adecuadas para mí. También me cuestionaba acerca de por qué yo me había escondido en las montañas y no había hecho más con mi vida. Otra vez empecé a sentir ansiedad y depresión. Para contrarrestar esto, hacía largos viajes para esquiar, mayormente yo sola, para tratar de encontrar las respuestas en los árboles, el cielo y la nieve. ¿Cómo podía yo estar en un lugar tan remoto, y todavía sentirme ansiosa y deprimida? ¿Cuándo y dónde podría sentirme realmente feliz y contenta? Finalmente llegué a la conclusión de que tenía que salir de mi actual situación y volver a entrar en el mundo otra vez para hacer algo significativo, con el fin de hacer una diferencia. Así que apliqué un programa de doctorado y volví a la “civilización” para terminar la universidad y comenzar una carrera.

5. Dificultades en el matrimonio y establecimiento

Empecé un programa de doctorado riguroso a la edad de 25 años. Eventualmente también me comprometí con Jason, el hombre con quien había estado saliendo mientras estuve en las montañas. Pronto nos casamos, compramos una casa con una porción de tierra y juntos comenzamos un pequeño negocio de productos de cultivo. Durante ese año, los sentimientos de ansiedad y sus efectos físicos eran altos todo el tiempo. Los pensamientos de preocupación continuaban sin cesar y perdí mucho peso, tenía episodios diarios de diarrea y tenía que obligarme a comer. Cuando no estaba estudiando, me preocupaba por no estudiar. También, me preocupaba sobre obtener excelentes calificaciones y competir con mis compañeros de clase. Me cuestionaba sobre si me había casado con el hombre adecuado, y sobre cómo era posible empezar una carrera y al mismo tiempo tener una familia.

Este tipo de pensamientos giraban alrededor de mi mente todo el día. Al no tener respuestas o soluciones a estos pensamientos, empecé a caer en estados de depresión. Junto con esto comencé a pensar que estaba enferma físicamente, que tenía cáncer o alguna otra enfermedad incurable. Incluso llegué a pensar que sería más fácil tener una enfermedad incurable, que tratar de terminar la escuela y hacer que mi matrimonio, mi familia y el negocio funcionaran. Estos pensamientos creaban otra espiral de visiones negativas que al final resultaba en un estado depresivo más profundo.

Dejé de confiar en mi religión, dejé de ir a la iglesia y rara vez oraba o hablaba con Dios. Sólo continuaba como si tuviese todo bajo control. Sin embargo, los años que siguieron fueron una lucha, no sólo en el difícil programa educativo en el que estaba, sino también en mi matrimonio. Mi esposo y yo peleábamos por casi cualquier cosa en la vida. Pelear no era un rasgo que yo pensaba tener, pues desde niña siempre había sido tímida y una calmada mediadora, y además había crecido en un hogar armonioso en el que no era una norma pelear o discutir. Yo culpaba a mi marido y sus problemas por la mayoría de las peleas y por mis ataques de rabia, y empecé a identificarme como la víctima en el matrimonio. Nos distanciamos, no estábamos seguros de lo que queríamos como individuos, pero estábamos bastante seguros de que los dos no queríamos lo mismo. Después de cuatro años y luego de obtener un doctorado, empecé una carrera exigente y mi matrimonio se desintegró lentamente. Mi marido y yo nos divorciamos, y por primera vez, busqué la ayuda de un psiquiatra. Me sentaba en su sofá cada dos semanas hablando de todas las cosas que mi marido estaba haciendo mal y lo infeliz que yo era. Empecé a hablar de la ansiedad y la depresión. Así que el consejero investigó mi historiar familiar. Vio que mi abuelo, mi padre y mi tío sufrían de ansiedad y depresión, parecía que parte de la respuesta a mis sentimientos de ansiedad y depresión devenían de mi composición genética. Cuando además se analizó mi pasado, se llegó a la conclusión de que, posiblemente, también tenía un problema físico en mi cerebro. El psiquiatra pensaba que mi cerebro no funciona normalmente, ya que yo carecía de los químicos necesarios. Me recetó antidepresivos, que rechacé de inmediato, ya que no quería depender de medicación.

Durante la separación, mi marido también accedió a ir a terapia de pareja conmigo. Después de asistir a una sesión, nos sentíamos un poco mejor después de expresar y discutir nuestras diferencias con un tercero. Se le recomendó a mi marido que usara antidepresivos. Mi marido estuvo de acuerdo, y lo hizo por un año, pero decidía por sí mismo dejar de tomarlos o volverlos a tomar. Esto creó espiral aún más complicada en nuestro matrimonio, que con el tiempo nos empujó al final.

La disolución de mi matrimonio de cinco años me llevó a los 30 años a un estado de depresión crónica que yo iba a combatir sumergiéndome en mi nueva carrera. Continué con mis sesiones de asesoramiento cada dos semanas, lo que finalmente me llevó a estar de acuerdo en tratar una medicación contra la depresión. Cuanto más yo demostraba que no estaba manejando bien los desafíos de la vida, más me recomendaban aumentar mi dosis de medicación. Hacia el final del tercer año con medicación, yo tomaba tres veces más la dosis diaria con la que había empezado.

A pesar de que toda la medicación que estaba tomando redujo algunos de los ataques de ansiedad y depresión que me debilitaban, todavía sentía que algo faltaba. Pensé que en todo este tiempo mi fe había pasado a segundo plano y que yo sinceramente quería recuperar mi conexión con Dios. Empecé a buscar en las páginas amarillas de la guía telefónica, abriendo la sección relacionada con las iglesias. Colocaba el dedo índice al azar en un número de una iglesia y me obligaba a asistir a su servicio el siguiente domingo. Pronto las páginas amarillas estaban llenas de líneas rojas y cruces que señalaban todas las iglesias que yo sentía no eran para mí. Mis estantes se llenaron de libros de autoayuda que me hacían sentir motivada y viva por una semana, si es que podía terminar de leer un libro.

Finalmente, empecé a ir regularmente a una iglesia evangélica y me involucré en un grupo de estudio de la Biblia. Cuando tenía 33 años inicié otra relación íntima. Mi nueva pareja también asistía a la misma iglesia. Yo solía cuestionar algunas de las creencias de esta nueva iglesia ya que era bastante diferente a la mía y, como resultado, me sentía incómoda de tener que compartir mis creencias con el grupo. En mi nueva relación también había altos y bajos ya que constantemente yo trataba de encontrar lo que quería. Una vez que la relación se hizo más seria, me di cuenta de que estaba trayendo muchos de los mismos problemas que había llevado a mi matrimonio anterior. Fue entonces cuando decidí que realmente quería cambiar para que la historia no se repitiera.

6. El momento decisivo – Superando los ataques de ansiedad y la depresión

La única herramienta que había seguido utilizando como red de protección desde mis veinte años, era mi práctica de Yoga. Yo había practicado yoga principalmente por sus beneficios físicos; sin embargo, me di cuenta de que aliviaba también temporalmente algo de mi ansiedad. Aunque nunca lo había practicado de forma diaria, tomé la firme decisión de hacerlo de ahora en adelante. Fue a través de esta nueva clase de Yoga y de su maestro, que encontré a la SSRF. Un día, cuando era la única en la clase, me acerqué a mi nuevo maestro de Yoga, que era un aspirante que estaba practicando la espiritualidad bajo la guía de la SSRF. Le comenté que, desde hacía años, me había sentido distante de Dios. Mi maestro se limitó a decir “¿No crees que a Dios le gustaría tener una relación contigo de nuevo?” Ese día comenzó mi práctica espiritual con la SSRF. Me recomendó reunirme con su esposa, pues pensó que ella podría explicarme mejor los conceptos espirituales. Empezamos a reunirnos y las conversaciones empezaron a aclarar parte de la confusión que yo tenía sobre la religión y la Espiritualidad. También, pude comprender la razón por la cual la ansiedad y la depresión me habían envuelto durante tanto tiempo. Empezamos a tener Satsangs semanales y comencé a estudiar toda la información que ofrece el sitio de la SSRF.

7. Práctica espiritual regular y cambios positivos

Por primera vez en mi vida, empecé a practicar la Espiritualidad cada día según la guía de la SSRF. Empecé a cantar el Nombre de Dios, a quedar inmersa en la oración, y a hacer esfuerzos para incrementar la emoción espiritual (bhāv). Junto con mi práctica espiritual, también empecé a trabajar en la reducción de mi ego y en la eliminación de mis defectos de personalidad. Anotaba los errores que había cometido durante el día, que acción debía haber sido la correcta, y luego hacía una autosugestión que con el tiempo me impediría cometer otra vez el mismo error. Junto con esto aplicaba medidas de sanación espiritual según la recomendación de la SSRF, tal como el  tratamiento de agua salada.

Empecé a comprender mejor la causa de mi ansiedad y depresión, que en realidad se me habían presentado debido a un problema espiritual y no por un problema físico en mi cerebro.

Al año de iniciar la práctica espiritual bajo la guía de la SSRF, mi vida comenzó coincidentemente a cambiar para mejor. Me volví a casar, inicié un trabajo de medio tiempo, tuve un hijo, y mi práctica espiritual diaria se convirtió en el pilar de mi vida. los ataques de ansiedad comenzaron a disminuir, aunque atravesara muchas dificultades en el camino. Los episodios de depresión eran pocos y menos frecuentes. En lugar de obsesionarme y preocuparme por algo durante semanas, estos sentimientos se iban en pocos días, y por último, en horas.

Por ejemplo, antes, cuando cometía un gran error en el trabajo, me sentía desolada. El error daba vueltas en mi cabeza una y otra vez y me obsesionaba sobre las consecuencias. Tenía pensamientos negativos sobre mí misma y caía en un estado de depresión. Sin embargo, después de que inicié la práctica espiritual regular, junto con herramientas proporcionadas por la SSRF, la forma de manejar las situaciones de mi vida, mejoró. Ahora cuando cometo errores importantes en el trabajo, puedo aceptarlos y trato más profundamente de hacerlo mejor la próxima vez. Todavía me obsesiono con el error en cierta medida, pero no por días o semanas, como lo hacía antes. Ahora sé qué hacer para contrarrestar ese error a nivel psicológico y espiritual a fin de evitar que vuelva a suceder, lo que a su vez me crea esperanza y fortaleza y no ansiedad. Ahora puedo ver cada situación como una oportunidad para encontrar una lección de Dios, en lugar de tener una perspectiva negativa obsesiva. Esta es la libertad de mi anterior existencia negativa, que he estado buscando.

Las herramientas espirituales comenzaron a evolucionar en mi nuevo “medicamento contra la ansiedad”. Mi práctica espiritual y la gracia de Dios, me permitieron disminuir la medicación en el curso de meses y finalmente discontinuarla.  Incluso la relación con mi esposo ha mejorado pues puedo aceptar las diferencias que tengo con él. Empecé a ver nuestros malentendidos como lecciones y a comprender que una relación no es perfecta por alguna razón. Mi esposo también ha notado el cambio y tiene menos reacciones, es menos crítico y acepta más a la gente y acepta cambiar. Mi carrera, aunque me encanta, ya no es todo para mí. La utilizo para ayudar a los demás, así como me ayudaron, y para que sea una parte de mi práctica espiritual, ya que uso cada situación para crecer espiritualmente.

Al principio estaba nerviosa de dejar los medicamentos contra la ansiedad, ya que se habían convertido en mi “muleta” para evitar la depresión y la ansiedad con las que había luchado durante tantos años. La práctica espiritual, me ha hecho experimentar un mayor nivel de felicidad, tranquilidad, y bienestar mental que nunca había experimentado antes con la medicación. A partir de esto, yo sé que voy a seguir invirtiendo en mi práctica espiritual. ¿Tengo aún pensamientos negativos, ataques de ansiedad, pensamientos depresivos e ilusiones dando vueltas en mi mente? Seguro que sí. Sin embargo, la principal diferencia es que ahora aplico de inmediato las técnicas que he aprendido de la SSRF y desaparecen casi de inmediato.

8. Comentarios de la SSRF

El caso de ataques de ansiedad de Alison no es raro, un gran porcentaje de la gente en la sociedad enfrenta en cierta medida ataques de ansiedad, aunque no fuera en la medida que los sufriera Alison.

En la SSRF hemos realizado investigación espiritual de varios estudios de caso relacionados con enfermedades mentales. La investigación ha revelado que en la mayoría de los casos, los problemas con respecto a la mente tienen su causa raíz en la dimensión espiritual y no en  la psicológica. También, se ha encontrado a través de la investigación espiritual que la causa raíz espiritual de los problemas de la mayoría de la gente se debe a ancestros difuntos.

Para superar tales problemas la SSRF recomienda:

Hacer esfuerzos serios diariamente en la práctica espiritual y llevar una vida sátvica, nos ayuda a fortalecer nuestra mente y a protegernos de elementos nocivos provenientes de la dimensión espiritual, de la misma forma en que han proporcionado alivio a Alison.