Uno de los principales criterios para definir el progreso espiritual es el grado de disolución de nuestra mente, intelecto y ego. (Ver nota al pie No. 2)
El principal problema reside en que desde que nacimos, nuestros padres, maestros y amigos nos han alentado a fortalecer los cinco sentidos, la mente y el intelecto. En el mundo actual se da mucho énfasis a la belleza exterior, al individuo, a nuestro salario, a nuestro circulo de amigos, y a una lista interminable de cosas. En ningún momento se nos ha dicho que el verdadero propósito de la vida es ir más allá de nosotros mismos y alcanzar al Dios que llevamos dentro.
De modo que cuando iniciamos la práctica espiritual tenemos también que “des-aprender“ todos los años de condicionamiento que llevamos encima para mejorar más allá de nuestros cinco sentidos, mente e intelecto. La oración es una herramienta muy importante para reducir nuestra dependencia de los sentidos, de la mente y del intelecto, y nos ayuda a contrarrestar todos esos años de condicionamiento.
El acto de orar implica precisamente que la persona que lo realiza considera que el poder de a quien se ora es superior a ella misma. Por lo tanto, al orar, el individuo expresa su impotencia y su rendición y pide ayuda superior. Esto constituye un fuerte golpe al ego, ya que la oración conlleva a que el individuo busque la ayuda de una mente e intelecto superiores a los suyos. Al orar frecuentemente trascendemos nuestra mente e intelecto limitados y accedemos a la Mente y el Intelecto Universales. Esto, realizado por un período de tiempo prolongado, contribuye a la disolución de nuestra mente e intelecto. Asi, la oración frecuente y sincera pidiendo crecimiento espiritual nos ayuda a disolver nuestra mente mortal, intelecto y ego.